Armónica

Tengo una armónica
que de tanto no tocarla,
toca.

Paso diario a su lado.
Siempre sonríe,
así a veces no la mire.
Sus dientes, perfectamente alineados.
Delgada y fina.

Si llego a tocarla
se vuelve instrumento
y el silencio entonces no armoniza.
Si llego a tocarla
me vuelvo un medio,
una extraña forma:
me convierto en mí mismo.

Mejor no tocarla.

Tengo una armónica
que de tanto no tocarla,
toca.

Compré un kit para aprender a tocar la armónica: libro, CD y armónica. Han pasado más de 10 años y aún no sé tocarla. Hemos paseado continentes, empaco y desempaco, empaco y desempaco, y ahí está. Me dije, ¿para qué carajos la compré?, otra compra inútil, otra promesa incumplida, otra procrastinación. Nos miramos fijamente y algo en ella me conmovió. Decidí rendirle un homenaje, sanar mi amargura y autoculpa: escribí este poema. Muchas veces, lo que compramos para un fin determinado nos termina enseñando algo totalmente inesperado. No necesito aprender a tocar la armónica para disfrutarla ¿Y qué si nunca toco la armónica? ¿Y qué si dije que haría algo y no lo hago?